Aventura sahariana en el tren más largo del mundo

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A veces la idea de emprender un determinado viaje toma la inspiración de rutas y trayectos legendarios que los grandes exploradores, conquistadores y viajeros de época se encargaron de narrar de su propio puño y letra en sus crónicas, relatos y diarios viajeros.

El viaje del que os vamos a hablar no entra dentro de estos parámetros: no es un recorrido clásico. Ibn Battuta, Joseph Conrad o Ryszard Kapuściński no dejaron escrita ni una sola línea sobre él y apenas es conocido para la mayoría de mortales. Sin embargo, viajar en el tren más largo del mundo es una de las experiencias más auténticas e inolvidables que se pueden hacer hoy en día en nuestro planeta.

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Mauritania, tres millones de habitantes, un país comido por el desierto y en el que la supervivencia diaria resulta un constante desafío. Justo ahora hace un año que llegamos a Noadhibou, la segunda ciudad en importancia del país, un lugar en el que las calles han sido tomadas por las arenas del Sáhara, en el que las bolsas de plástico y la basura gobiernan cada esquina, las piezas de carne se ponen a la venta en rudimentarios mostradores donde se recuecen al sol mientras las moscas se dan un festín, una metrópoli destartalada a más no poder y donde los rebaños de famélicas cabras pasean a sus anchas. Y sin embargo, más pintoresca que la mayor parte de ciudades que estamos acostumbrados a ver en Europa.

Nouadhibou es la capital comercial de Mauritania. La mayor parte de la población vive de la pesca –los caladeros mauritanos son famosos a nivel mundial-, y otra buena parte de sus gentes viven de la minería, procesando las miles de toneladas de hierro que vienen de las lejanas minas de Zouerat, en la parte nororiental del país.

Precisamente, a raíz de esta abundancia de hierro se construyó en 1963 el ferrocarril Nouadhibou-Zouerat, 704 kilómetros de vía por las que transita el que está considerado el tren más largo del mundo.