
Michael McClure es un poeta americano, dramaturgo, escritor de canciones y novelista. Perteneció a la generación beat desde sus comienzos y fue inmortalizado como “Pat MacLear” en la novela de Kerouac ‘Big Sur’. Este es un viaje al encuentro del maestro por Estados Unidos en un viejo chevy del 74.
“Creo que no llegamos. Ha reventado un neumático”. Al otro lado del teléfono oía la risa de Amy, la mujer de Michael McClure. “No puedo creerlo, ¿ese viejo Chevy truck no quiere ver al poeta o sois vosotros que no sabéis llegar aquí?”. Habíamos conseguido una cita con él y pasábamos unos días en las montañas caminando entre bosques y huellas de osos haciendo tiempo hasta que llegase la fecha. No había sido fácil, porque Michael McClure es un hombre ocupado y no le gusta hablar por teléfono ni quedar con desconocidos. Pero nosotros llevábamos una buena tarjeta de presentación: llevábamos las galeradas de la primera edición de una selección de sus poemas en español que estábamos a punto de publicar en nuestra editorial Varasek.
También llevaba en la mano la selecciones en primera traducción al castellano de Lew Welch Círculo de hueso y de Philip Whalen Cualquier día, también de Del Pliego y Fisher con Canteli unido a la tripulación en esta última. McClure todavía no había visto tampoco el Dharma Beats, un libro con lo mejor de la poesía beat de la costa oeste en el que también aparecían sus poemas en compañía de los de sus compañeros y amigos Whalen, Welch, Kerouac, Kyger y Snyder. Este era un volumen grueso publicado también en nuestra editorial y con una impresión de lujo. A Gary Snyder le había parecido “el mejor libro sobre nuestra generación jamás publicado en cualquier lengua”, según me comentaba en un email que me envió dándome cuenta de la recepción del volumen que le habíamos enviado a su casa de la Sierra Nevada.
Así que allí estaba yo, con unos libros en la mano y una invitación a casa de McClure para conocerle y charlar, montado en un viejo Chevy Truck del 74 y nervioso perdido ante la idea de perder la oportunidad de conocer a uno de los beat. Pero las cosas se habían ido torciendo. Era la segunda llamada que hacía en dos días por el mismo motivo. El día anterior el Chevy se había parado en la carretera que nos bajaba de los bosques de Yosemite y que en menos de dos horas nos pondría en la casa del poeta. En mitad de granjas de cereales, en la falda de la sierra, el motor se paró. Mientras esperábamos la grúa, unos zopilotes nos sobrevolaban en el cielo amarillo. Hacía mucho calor y las moscas mordían en el sudor.
“¿Puedo hablar con Michael? Sí, soy el editor español, sí. No, no, estamos muy cerca, como a unas cien millas. Pero no, me temo que no vamos a llegar a esa hora. No, bueno, es que no parece que podamos llegar hoy. Ya, ya sé que Michael se va en dos días a Canadá, pero es que se nos ha estropeado el coche. Sí, se ha parado y no sabemos qué pasa. Estamos esperando ayuda. Un chevy del 74.” Y por primera vez escuché la risa de Amy al otro lado de la línea. ”Desde luego vais en s